domingo, 12 de junio de 2011

Gualeguay celebra mañana su fiesta patronal

La fundación de nuestra ciudad se dio en medio de controversias políticas, religiosas e institucionales. Rocamora bregaba por un lugar junto al río; el párroco Quiroga y Taboada luchaba por un espacio en la Cuchilla Grande, pero no sólo en eso había diferencias, sino en que el cura proponía a San Sebastián como patrono con el propósito de homenajear al Obispo Sebastián Malvar y Pinto que era su jefe inmediato; los vecinos, quienes habían construido la Capilla Vieja, querían a San Antonio como patrono de la nueva villa. Las discusiones por la elección del lugar y del patrono llegaron al Virrey Vértiz quien le dio la razón a Rocamora y de esta forma Gualeguay está junto al río homónimo y su Santo Patrono es San Antonio de Padua.

León XIII lo llamó "el santo de todo el mundo", porque su imagen y devoción se encuentran por todas partes.

San Antonio: hombre de palabra, fe y milagro

Presbítero Pedro Brassesco

“Treinta y dos años después de su muerte, cuando la tumba de San Antonio de Padua fue abierta para trasladar su cuerpo a una nuevo lugar, se encontró que su lengua estaba intacta, incorrupta, mientras el resto del cadáver ya estaba consumido.
La lengua representa la capacidad humana de hablar, y el haber resistido al paso del tiempo fue interpretado como signo de una característica esencial en la vida del Santo: su predicación. San Buenaventura, al ver ese prodigio, con el corazón lleno de admiración, rezó en voz alta: ¡Oh lengua bendita, que siempre bendijiste al Señor, e indujiste a los demás a bendecirlo; ahora vemos con claridad cuántos méritos adquiriste ante Dios!
La tradición ha mantenido vivos con mayor fuerza otros aspectos de su figura: sus numerosos milagros (muchos incluso en vida), ser el santo de las cosas perdidas o “pedile a San Antonio que te mande un novio”. Pero esta capacidad de argumentar, de explicar la religión, de interpretar con sencillez las Sagradas Escrituras, de transmitir con palabras la fe, fue una nota sobresaliente en su vida, no siempre recordada.
A San Antonio no le fue fácil. Él estaba bien formado desde su juventud, había sido educado en la nobleza, en las virtudes del caballero medieval, en las ciencias del momento. Pero vivía con cierta tensión interna la tentación al orgullo, a la autosuficiencia por su formación erudita y la sencillez y humildad que consideraba necesarias para ponerse en manos de Dios y convertirse en un instrumento de su obra. Sentía que el mucho saber, no debía hacerlo creerse superior a los demás.
Su admiración por San Francisco, de quien recibió el inusual permiso de enseñar teología a los hermanos de la congregación, lo llevaba a querer imitarlo despojándose de toda grandeza, de todo reconocimiento y hasta de sí mismo, para revestirse de Cristo y depender únicamente de su voluntad.
Algunos de sus milagros notables tienen que ver con este don de la palabra. Por ejemplo, cuando los habitantes de Rímini se negaron a escucharlo, Antonio consideró que valía más la pena predicar a los peces que a estos hombres de corazón tan duro, recordando además que nadie aún había anunciado la Palabra a esos animalitos de Dios. El Santo se dirigió a la orilla del mar y desde allí comenzó a predicarles, enumerando todos los bienes que Dios les había concedido: cómo los había creado, cómo les había dado la pureza de las aguas, cuánta libertad les había donado y cómo los alimentaba sin que tuvieran que trabajar. Los peces comenzaron a acercarse y amontonarse cerca del predicador, sacando fuera del agua la parte superior de sus cuerpos, abrían sus bocas, y miraban atentamente al Santo. Lo escucharon con gran devoción, ninguno se movió hasta que la predicación terminó, y no se alejaron hasta no haber recibido la bendición. Después se dispersaron dando grandes saltos de alegría sobre la superficie del agua.
Las dificultades del momento eran muchas. Eran tiempos de herejías, de negar las verdades, de divisiones en la Iglesia, de corrupción social y moral. Su palabra no era mágica sino que estaba anclada en la fe. Y la fe hace milagros. San Antonio es un hombre de fe, de profunda confianza en Dios y eso hace que su palabra, como espada de doble filo, penetre en los corazones más incrédulos para convertirlos a la gracia y el amor de Dios. Los milagros, son signos que confirman sus palabras, son producto de la acción de Dios por medio de la fe de quien los pide.
San Antonio es el patrono de nuestra ciudad de Gualeguay. Insigne protector. Aquel a quien los pobladores de estos pagos quisieron tener como intercesor ante Dios y ayuda en las dificultades. Hoy también necesitamos su intercesión, su ejemplo, para que nos enseñe a apoyar nuestra vida en Dios, la roca sólida sobre la cual se puede construir seguro una sociedad, una ciudad, capaz de crecer en justicia y solidaridad.
San Antonio nos enseña que los milagros son posibles, pero para ellos hace falta fe, una fe que transforme nuestra vida, como él, que se dejó guiar por la mano suave de Dios para ser un instrumento fecundo de su amor.”

Publicado por: El Debate Pregón.

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